La isla tropical de Bali tiene algo para todos los gustos, ya sea desde las alturas del Monte Batur a las antiguas aldeas pre-hindúes de Tenganan, pasando por las coloridas barcazas y batangas y los espectaculares clubs nocturnos y el surf de Kuta.

Los ritos y tradiciones locales de Bali como la pintura, la escultura, las artesanías, el trabajo en madera y las artes escénicas se inspiran todas en su religión única. Como un soplo de aire fresco, la tradición balinesa sigue floreciendo entre la modernidad que el turismo aporta consigo a esta isla compacta.

Pero más allá de las playas bonitas, el surf, la maravillosa comida y la gente amistosa están las tribulaciones del día a día. Aquí no existe el transporte público, así que lo primero que hay que hacer es invertir en una motocicleta. Además, las carreteras adolecen de un escaso mantenimiento, el tráfico es un caos y el sistema de salud más bien inexistente, así que la precaución mientras se conduce aquí debe ser mayor que lo habitual.

La comida y los productos locales son baratos y frescos, pero si uno busca comida especializada (internacional) debe mentalizarse de que tendrá que viajar hasta Denpasar. Y allí habrá que mentalizarse de que habrá que pagar un buen precio por ellos, ya que casi todo lo que queramos comprar será de importación.

El alojamiento es relativamente barato, pero la penetración de Internet es más bien escasa y las cocinas equipadas son básicamente una novedad. Son frecuentes los cortes de electricidad, el agua potable deja que desear y los mosquitos pueden llegar a ser una pesadilla. Pero todos estos pequeños inconvenientes no son nada comparados con los inolvidables paseos en la playa, las espectaculares estaciones del año, las eternas sonrisas de los balineses y su amable predisposición para cualquier cosa y todo con el telón de fondo de un maravilloso idilio tropical.