Doha es la capital de Qatar y ha vivido un crecimiento explosivo en las últimas décadas hasta el punto de que la pujante población de expatriados es más numerosa que la población nacional. Cuando el gobierno liberalizó el mercado inmobiliario para que los extranjeros pudieran ser también propietarios, hubo una marea de extranjeros y la población de la ciudad se multiplicó por dos en menos de una década. Los últimos años han visto cómo esta ciudad rica en petróleo diversificaba su economía. Con la liberalización económica vino también en cierta medida una liberalización social y la ciudad tiene numerosas y buenas librerías, bares y cines con películas occidentales. Durante los meses de implacable calor, las temperaturas suben hasta los cincuenta grados y más. Al encender el aire acondicionado para refrescar sus interiores, la ciudad recalienta aún más sus exteriores. Durante estos meses, muchos se retiran a climas más frescos o al fresco santuario del aire acondicionado de los centros comerciales.

Qatar es mucho más liberal que sus vecinos. Los expatriados que vayan a vivir aquí se sentirán aliviados al saber que no pasa nada por llevar pantalones cortos (prohibidos en muchos otros estados árabes) y que las mujeres no están obligadas a llevar puesta una abaya. El alcohol es legal y se puede acceder a él con facilidad, aunque sea por un precio llamativo y ellas podrán usar bikini siempre que lo hagan en los confines de un hotel internacional o en una piscina privada en su propio jardín. Es muy importante observar las normas sociales: nunca hay que besarse en público, por ejemplo, ni preguntar directamente por la esposa de un colega árabe. Hay que cubrirse los hombros, no dejar expuesta mucha piel y asegurarse de que las hijas adolescentes no vayan enseñando el ombligo por ahí.

Doha es una ciudad que bien merece ser explorada y los qataríes son un pueblo acogedor y tolerante. No está de más probar el surf sobre arena o las acampadas en el desierto. Si a uno le gusta comer en la calle, hay que ir al famoso zoco Waqif y probar el pastel tradicional. Las telas fabulosas que esconde el zoco Al Dira y la pléyade de diestros sastres que hay en la ciudad son una curiosa alternativa a la ropa de marca comprada en tiendas. Esta efervescente y pequeña ciudad tiene una ecléctica selección de restaurantes y delicadezas ocultas que hará que una estancia aquí, corta o larga, sea sencillamente inolvidable.